20.4.07

De la distinción entre espíritu de geometría y espíritu de fineza. Sobre las condiciones de lo humano en Pascal y Scheler.

El orden pascaliano, retomado por Scheler, proviene del “corazón”, el cual es considerado adecuado al conocimiento que de verdad le importa, es decir, al de la trascendencia. Tal como se cita: “El corazón tiene su orden, la inteligencia tiene el suyo que es por principio y demostración. El corazón tiene otro. No se prueba que se deba ser amado exponiendo las causas del amor. Ello sería ridículo. Ese orden consiste principalmente en la digresión sobre cada punto que tiene relación con un fin para mostrarlo siempre”. Es esta finalidad la que sitúa al corazón en el ámbito de los motivos para, para entablar relaciones, para crear ligas de conexión entre diferentes niveles de la existencia humana, se considera como una certeza. La única certeza de la que el hombre es capaz es la del sentimiento: ésta es la certeza que la naturaleza ofrece a la razón “impotente” y “lamentable en todos los sentidos”. Sólo la conversión de corazón, podría decirse, nos permite acceder a lo que está más allá de lo razonable. A lo que, en suma a la razón, nos hace humanos*[1].

Debe quedar claro que no se habla de una oposición a la razón. Ya que el pensamiento es otra de las formas en las que se representa la grandeza humana. Pero resultaría necsario considerar que existe una instancia superior y más decisiva que la razón calculadora: se trata de la razón que nace del coeur, hecha de instinct y sentiment, (el ámbito del sentimiento, el corazón, la intuición emocional) y es allí donde se pone en juego lo realmente valioso, que ya no es racional y que permite situarnos ante lo trascendente, es decir, ante lo decisivo. Decisión e importancia guían esta consideración de los motivos para, para escuchar el corazón humano más allá de una razón “flexible a todo sentido”[2].

En esta distinción entre “espíritu de geometría” (es decir: lógica, racionalismo, mundaneidad al fin al cabo) y “espíritu de fineza” (el necesario para captar las “razones del corazón”), como diría Pascal, queda claro que ambos espíritus son propia y estrictamente humanos, pero el primero resulta, sencillamente, insuficiente para acercarse a lo que de verdad importa, es decir, al entendimiento de la vida. En este sentido, Pascal afirma en palabras de Scheler, “el libertino es, de una manera muy simple y clara, el que se ha quedado anclado en el primer nivel, pero no puede ser criticado por ello. De hecho, sin espíritu de geometría no habría para nada ciencia deductiva y la famosa “apuesta” pascaliana proviene de la deducción, es decir, del método científico. Pero es el corazón y la sensibilidad, es decir, la aspiración al infinito lo que determina la grandeza humana”. Entender esto no es poco, sobre todo en un momento de crisis del “mundo social”, regresar a la concepción pascaliana del coeur, o simplemente tomarla en cuenta, tal vez indica un camino en el sinsentido[3].

Lo que se ubica aquí como el estado natural del ser humano en su relación con el mundo y con lo divino no es más que un a priori, en el cual se delimitan los bienes fácticos que son accesibles a su capacidad intelectual. De esta manera sólo será accesible aquello que se encuentra dentro de las delimitaciones de las cualidades y las modalidades de valor que puede concebir el ser humano en cualquier cosa. Esta estructura denominada por Scheler ethos fáctico (reglas del preferir y detestar) determinan la estructura y el contenido de su concepción del mundo, de su conocimiento del mundo, de sus ideas del mundo, y además su voluntad de ofrecerse o de dominar a la cosas y sobre las cosas.

Se expresa entonces, que el orden del corazón, como modo de conocimiento, integra un abandono de sí mismo, una manera de trascendencia que entra en un contacto vivencial con el mundo. Bajo este esquema lo que se denomina como “real” presupone un acto del querer que realiza, que construye, por tanto, que tiene un contenido y una dirección. En suma, por ejemplo, el amor es el despertar del conocimiento y del querer. Es por esto que se planteará al ordo amoris no sólo como forma de ordenamiento del ser humano con el mundo, sino que en general se le puede contemplar como el núcleo del orden del mundo como un orden de lo social en la medida en que aquello que se denomina como el corazón logra trascender toda forma de limites, plantear entonces que el ser humano más que un ente de conocimiento, es un ente de amor (-odio)[4].

Dos casos o distinciones para el ordenamiento del mundo se generan de esta concepción. El primero es el caso de amor como estructura de formación de sentido en el mundo y que es sobrevalorada por Scheler en su relación con un segundo caso o distinción que es el odio. Para el odio no existe más que el aspecto negativo de lo que se denomina como lo humano y hace falta reconstruir en una dialéctica negativa el hecho de que el odio dentro de su forma negativa puede llegar a constituir ciertas estructuras de ordenamiento social[5]. Veamos pues los casos.

Primer caso.
El amor en el ámbito de la clasificación de valores
Sería incomprensible el progreso scheleriano del valor, si éste no estuviera previamente emparentado con el amor. Es un gran error encasillar las fuerzas emocionales en los estratos inferiores el hombre. Pues éstas recubren todos los estratos del ser humano y, por tanto, se podrán distinguir en ellas tantos niveles como estratos deban diferenciarse en el ser humano. A ese fin, procede Scheler a resituar el amor en el lugar que le corresponde en la jerarquía axiológica. “El amor –sostiene él, glosando al Aquinate– es querer el bien, sea para uno mismo, sea para los demás”. De ahí que él asocie el amor con el bien. ¿Por qué razón? Primero, porque el bien es la expresión concreta del valor, que es universal. Segundo, debido a que el bien constituye el fin del hombre, que posee el valor de la libertad ante los “bienes concretos”, a diferencia del bien universal.

El caso del amor es decisivo en su pensamiento: “Antes que ens cogitans o ens volens, el hombre es un ens amans”, escribe Scheler, y algún intérprete ha visto no sin razón en esa frase el núcleo de su concepción del hombre; cabe tomar el amor, pues, como referencia significativa para el conjunto de aquella problemática.

En primer lugar, el amor no es un simple conglomerado de estados afectivos o emocionales en los que se asocian tendencias o impulsos, pues “cualquier intento de reducir el amor y el odio a un mero complejo de sentimientos y tendencias yerra el blanco”. Por el contrario, de lo que se trata es de un fenómeno originario, que no permite ningún tipo de definición mediante la disociación de los elementos que lo componen; por lo tanto, amor y odio son intuibles, nunca definibles. En este sentido, conforme a las pautas emanadas del método fenomenológico utilizado por Scheler, sólo cabe una descripción de las cualidades del acto que se hacen presentes en la intuición.

En la descripción del amor que nos legó Scheler se presentan tres aspectos fundamentales: uno, y esencial, es que el amor es un movimiento, lo cual se opone a las múltiples concepciones que denominan “amor” a algún estado del sujeto, sea un estado sensible, un estado psíquico o incluso patológico. Este esencial dinamismo hace que el amor no pueda detenerse en un acto de disfrute puramente subjetivo o en un estado de pasiva contemplación; pues ello significaría la muerte del amor. Con ello, Scheler rechaza por igual las doctrinas que hacen del amor un estado orgánico y las visiones puramente contemplativas del llamado amor romántico.

En segundo lugar, ese movimiento que es el amor se dirige siempre a un objeto individual en cuanto portador de valores. Esto quiere decir que no hay amor a entidades abstractas o ideales; no existe un amor a los valores puros, como tampoco hay en sentido estricto un amor al bien o un amor a la humanidad. Pero el amor no se dirige a realidades individuales en su específica objetividad, sino en tanto que individuos portadores de valores. La función del amor no es de ninguna manera crear los valores mismos o idealizar a un individuo atribuyéndole valores ilusorios; la función del amor es descubridora, es el acto que desvela los valores que en un individuo permanecen ocultos antes de la mirada del amor; por eso Scheler se opone con fuerza a la idea tan difundida de que el amor es ciego, cuando en realidad se trata de lo contrario: la mirada del amor está enriqueciendo constantemente el mundo de la existencia, y ese progresivo enriquecimiento es tan inagotable como el dinamismo del amor.

En tercer lugar, la dirección del movimiento del amor marcha en su objeto desde el valor más bajo hacia el valor más alto. Esto quiere decir que el inagotable objetivo que mantiene en marcha el amor es descubrir los valores más altos que, como portador de valores, puede realizar el objeto amado. Esto nos ilustra sobre la insubstituible función humanizadora del amor.
Scheler anuda con el lazo mediático del valor, el amor del hombre a sí mismo con el amor al otro, sin solución de continuidad. El motivo se halla entrañado en la misma dinámica del amor que no diferencia lo propio de lo ajeno, al estar siempre orientado al valor de la persona, a semejanza de la brújula imantada que busca y señala siempre el norte al margen de la posición en que se la sitúe.

Esta exposición del amor contemplado a través de la lente de aumento del valor no significa que el amor precise de algún aditivo para adquirir alguna nueva cualificación, pues no hay nada más grande que el amor, sino que se trata de redescubrir la faceta del amor profundo, que es justamente su carácter valioso. Mérito, por lo demás, singular de Max Scheler. Él unce el amor al valor, por lo que concierne a la “persona”, por una parte, y a la manera de amarle, por otra. De suerte que llega a establecer que si una persona ama a otra, sólo para adquirir nuevos quilates de bondad, ese amor ya está viciado en su raíz, porque ha convertido al otro en un objeto de egocentrismo. En cambio, el amor que se adhiere al valor personal del otro, por sí mismo, está exento de todo atisbo involutivo, recibiendo el calificativo de genuino, en los escritos schelerianos.

La referencia del valor al amor es de carácter intrínseco. No son, pues, dos realidades independientes que configuran una tercera, sino que es el amor de la persona que es un valor por sí misma. Pero en el sentido más profundo del hombre, como “persona total”. Y por tanto como pauta deformación y concatenación dentro del mundo.

Si el amor no es un complejo sintético de sentimientos, dentro de él caben múltiples concreciones con características y exigencias muy diversas. Scheler elabora una compleja clasificación del amor en especies, formas y modos. Es muy instructiva su clasificación de las “formas” del amor porque corresponde adecuadamente a su concepción ordenada del mundo: el amor vital, psíquico y espiritual se corresponden punto por punto con su concepción descriptiva de los estratos del ser humano (cuerpo orgánico, yo y persona) y, al mismo tiempo, con modalidades perfectamente caracterizadas del mundo de los valores (vitales, espirituales y personales) de las que los objetos son portadores.

Pero si el amor se dirige a objetos individuales en tanto que portadores de valores y camina siempre hacia los más altos, esto supone dados los valores mismos y su intrínseca ordenación jerárquica, algo que no nos es aportado por el amor, sino dentro de un acto con alcance intelectivo propio como es la ya aludida percepción emocional.


Segundo caso.
Odio y nihilismo como visión critica del mundo
La crisis de la humanidad en nuestra época tiene, sin duda, su origen en la experiencia de la ineficacia humana que acusan la abundancia de nuestros medios de actuar y la extensión de nuestras ambiciones. En el mundo donde las cosas parecen estar en su lugar, donde es posible encontrarlas y actuar con ellas existe un contrasentido de extensas funciones o empresas frustradas.

Bajo ésta lógica es posible afirmar una inestabilidad de carácter falaz de la conciencia del sí, por lo que se plantea la posibilidad de restituir el orden universal, exorcizarlo de un genio maligno, y retornarlo a la seguridad de antes.

En un ambiente totalmente desconsolador, y no menos desesperanzador, ¿es viable contemplar al odio como una forma constructora?, tomando en cuenta que alrededor de él giran una serie de estados como apreciaciones o juicios morales y políticos: racismo, discriminación, segregación, rechazo, violencia, terrorismo, fanatismo, por mencionar algunos.

¿Cómo, entonces, plantear la posibilidad del odio, tan insondable e inasible, tan marginal pero absoluto a pesar de las tonalidades, matices y graduaciones que presenta: antipatía, aborrecimiento, rencor, enemistad, encono, venganza?

No es que se intente hacer una apología del odio como forma de desarrollo, sino más bien, a partir de una reformulación de dicho concepto, hacer una crítica a ese desarrollo y de paso dar cuenta de otro elemento dentro la gama de afectividad humana. La analogía de la que nos valemos para este fin es la consideración de que el odio, bajo sus diversos matices y tonalidades, puede ser observado en uno de estos vectores, a saber a través del nihilismo. En este sentido, el eje que rige estas líneas tiene como base plantear al odio como un ámbito de posibilidad en la construcción, dada su relación al matiz del nihilismo de la sociedad contemporánea citado por Nietzsche. El nihilismo visto como sentido y consecuencia de la sociedad actual, es planteado a través de su domesticación y de su alienación. No sólo de razón y de amor vive el hombre, puede ser la idea que trasciende esta propuesta.
El nihilismo pueden trazarse dentro de una gama de tonalidades o matices de odio, que va desde el no estar de acuerdo con cierta forma de orden social, pasando por la antipatía, la repulsión, la hostilidad, la negación, la irreverencia, la incredulidad, el ateísmo, hasta llegar a la violencia y la destrucción. En esta lógica es que se desea bosquejar la emergencia de transformación a partir de la creación de un ambiente de desacuerdo y malestar generado por un orden que no es funcional para todos, es decir un orden que política y moralmente tacha de destructivas, salvajes, dañinas, algunas formas de desacuerdo. Siendo que tal orden, tal moral y tal política son resultado de una pérdida del sentido de la existencia, que Nietzsche denomina como nihilismo pasivo, una pérdida en las nociones de meta o de objetivo hacia el cuál dirigir los para qués. Aunado a este nihilismo negativo Nietzsche proclama un nihilismo positivo: caracterizado éste segundo, por ser “una potencia violenta de destrucción”, que procede de un poder creciente del espíritu ante el cual los valores vigentes no valen nada. Éste, se traza como nihilismo “activo” porque los valores no se derrumban por sí solos, sino que son destruidos directamente por la “voluntad de poder” que dice no a esos valores.

Un ejemplo de éste nihilismo podemos encontrarlo en la obra de Fiodor Dostoievski, en la cual los personajes ahí retratados están inmersos en situaciones donde es difícil entablar la diferencia entre el bien y el mal, donde dichos personajes, al perder sus convicciones o ver que estas son endebles, se acomodan a las circunstancias y se comportan según la moda, la opinión pública o sus intereses utilitarios, provocando un sin sentido del sentido de la vida.

A los demonios del nihilismo el escritor ruso los encuentra ahí donde se menoscaban las grandes cuestiones espirituales, donde se niega el sentido de la vida, como ya lo afirmaba Nietzsche, y se eleva la utilidad material y el egoísmo al nivel de la última verdad. Existe aquí una cierta voluntariedad perversa que engendra la tentación de “ir hasta el final”, hasta la destrucción de vida propia al igual que la de los demás.

Es así que para Nietzsche, la modernidad sólo refleja un temor o un deseo oculto. Detrás del “idealismo” de la razón y el progreso (detrás de toda la metafísica occidental) se oculta el espíritu de decadencia, el odio a la vida y al mundo, el temor al instinto.
Lo que se ha tildado de nihilismo, destructor, asesino, terrorista; un nihilismo que a decir de Glucksmann sólo se basa en la destrucción por la destrucción y lleno de odio no es más que un nihilismo que se confronta a una perdida de sentido, por un lado, pero también es posible entenderlo como un nihilismo pasivo a la manera en que Nietzsche lo declaraba: “Existe en él una suerte de posibilidad que va del odio como elemento destructor y a su vez como un elemento enfocado a la crítica.”

Así, lo primero que caracteriza a un nihilista, es la repugnancia ante cierta falsead del mundo que le rodea. Frecuentemente, este aborrecimiento se acompaña por un sentimiento de vacío que es una consecuencia de la pérdida de las convicciones habituales, aunque ilusorias, ante la verdad implacable de la existencia. Esta sensación de vacuidad es un reflejo de la pérdida de sentido de la vida. En lugar de la actitud positiva ante el mundo lo ocupan lo afectos irracionales cuyas características axiológicas poco tiene que ver con las propiedades objetivas de las cosas. “El nihilismo, como estado psicológico”, escribe Nietzsche, “surgirá primeramente cuando hayamos buscado un ‘sentido’ a cualquier suceso que no lo tenga, de manera que el que busca acaba perdiendo el ánimo. El nihilista es entonces la conciencia de un largo despilfarro de fuerzas [...] la vergüenza de sí mismo como si uno se hubiera metido a sí mismo demasiado tiempo”.

Esta distinción entre las posibilidades de cambio y la angustia de no encontrarlo deviene de otra contraposición: bueno frente a malvado. El origen histórico de este desplazamiento lo explica Nietzsche de este modo: los que eran considerados “malos” (en el sentido de bajos, plebeyos) se rebelan, se llaman a sí mismos “buenos” y llaman a los nobles “malvados”. En está lógica es que Nietzsche crea su critica a la moral cristiana, entendida como la moral del resentimiento, del odio a sí mismo, del miedo. Para él esto no es más que una transmutación devenida de un odio, un odio hacia la naturaleza humana, convirtiendo al cristianismo y a sus representantes en “grandes odiadores”: “crece en ellos el odio hasta convertirse en algo gigantesco y siniestro, en lo más espiritual y lo más venenoso. Los más grandes odiadores de la historia mundial siempre han sido los sacerdotes, y también los odiadores más espirituales: frente al espíritu sacerdotal de venganza, apenas cuenta cualquier otro espíritu [...]”

Es así que surge la moral, como resultado de la “rebelión de los esclavos”, y es producto de una “actitud reactiva”, del resentimiento. El resentimiento creó los valores morales de Occidente y es el responsable de la aparición de una civilización enemiga de la vida y de un hombre “incurablemente mediocre”. Es el causante del nihilismo que amenaza a Occidente. El nihilismo amenazante es también un resentimiento, un resentimiento devenido en vacío del alma y que tiene como actitud natural, el “NO” arrojado a todo el mundo falso, a toda la realidad mentirosa que no merece otra suerte sino el rechazo total. Existe una suerte de desmitificación de la realidad y de sus sobrevaloraciones morales y políticas, que no concuerdan con el espíritu humano.

Es una oposición a la moral y la política del resentimiento, del odio a los demás y hacia sí mismo, en suma, una oposición al miedo. Es una suerte de resistencia y diferenciación donde los valores pudieran ser nuevamente invertidos, comprendidos como una venganza espiritual, similar a la que dio origen al mundo moderno. Una oposición estigmatizada en forma de odio y rencor, de violencia y terrorismo, por no corresponder con el actual orden.

De esta manera se niega el origen y la forma en que el mundo actual se ha conformado, como se menciono antes “no sólo de razón y de amor vive el hombre”. Cioran, por ejemplo, ha descubierto que el verdadero motor de la filosofía y en suma del mundo, es el odio: “La historia de las ideas es la historia del rencor de los solitarios”. En el fondo de las palabras sólo hay vacío, el poder de la inteligencia pretende pulirlo, este poder erigido en sistema se llama cultura, “un artificio sobre un trasfondo de nada. Todo es frívolo, las últimas verdades son sólo nostalgias del ser; el escéptico frívolo rechaza la servidumbre a los sentidos y a las soluciones donde se alimenta el fanatismo; el dudar no se fatiga se juega en el eterno retorno del cambiar el mundo” Más adelante afirma Cioran “el escéptico, al servicio de un mundo agonizante”, le señala la senda al hombre contemporáneo: vigilante condenado para siempre a mayor conciencia, que toma de frente a un mundo al cual no puede dar sentido. Un mundo del cual se es rechazado pero que al mismo tiempo se desea transformar, rencor y resentimiento conjugados en el teatro del devenir humano.

Según Cioran, de la marcha de su destino colectivo, la violencia del propósito emana del choque entre la visión imposible que mantiene del porvenir del mundo, un porvenir fantasmagórico que se forja de pedazos, y la realidad ese mundo con una historia encasillada en sí misma, el mundo occidental gira sobre si mismo y no mira afuera de él. Disponiendo de una lengua provincial, de nula circulación, confinada al espacio de sus fronteras, un mundo, en suma, atascado en un rincón de la existencia humana.

El remate de la crítica al mundo moderno es el carácter ascético como opuesto a los valores vitales del hombre. Puede equipararse aquí, como ya lo había hecho Nietzsche, el concepto de ascetismo al de estoicismo y, por supuesto, del carácter inquisitivo y represor de la razón como negación a la vitalidad del hombre.

Es posible definir a los valores vitales como las formas de expresar sentimientos e instintos y es aquí donde se conecta la crítica, al mundo actual, porque reprime en aras de un sentimiento ascético: “¡Ah, la razón, la seriedad, el dominio sobre los afectos, toda esa cosa siniestra que se llama recapacitar, todos estos privilegios y suntuosos ornatos del hombre: qué caros se han hecho pagar, cuánta sangre y crueldad hay a la base de todas las ‘cosas buenas’ [...]”, sentencia Nietzsche.

Los valores vitales, pues, van desde la alegría, hasta la pasión, pasando por el odio y su negación sólo representa dos cosas: la sumisión a una promesa introyectada a fuerza y fundamentada en el resentimiento o, una pobreza espiritual del hombre y una inferioridad con respecto a sí mismo: La tiranía del logos contra la vitalidad.

Pero esto se torna aún más complicado, debemos entender que de ninguna manera un escepticismo o el nihilismo mismo como método o como opción vital permiten alcanzar la salvación; el escepticismo encarna el abismo. Dostoievski plantea dentro de sus obras la posibilidad de la culpa y el perdón como formas de reconciliación con el mundo. El hombre arrepentido nos hace comprender que la culpa es virtualmente inherente a todos y, por consiguiente, nadie tiene derecho de pretender un papel de ángel infalible. Los personajes rebeldes de Dostoievski en su sublevación contra el silencio de Dios y contra el mundo atascado en la injusticia y la vileza, no pueden sobrepasar en su nihilismo desesperado el último límite que les separa de los otros. Y ese límite es el remordimiento de conciencia.

A decir de Cioran, "Se acerca el momento en que el nihilista tras haberlo cuestionado todo, no tendrá ya de qué dudar; será entonces cuando realmente suprimirá su juicio. ¿Qué le quedará? Divertirse o dormitar la frivolidad o la animalidad” Cioran pone como encrucijada la frivolidad: desacuerdo, rencor y odio “bien dirigido”.

La frivolidad encarnada en un espíritu de ligereza es la única capaz de afrontar el límite del dudar, en la futilidad la conciencia es llevada al paroxismo; la frivolidad surge como el antídoto más eficaz para engañar al mundo y disimular la inconveniencia de nuestros abismos. Una loca búsqueda de nuevos adjetivos nos sitúa dentro de la sentencia siguiente: “la miseria de la expresión es la miseria del espíritu”.

Esta diferencia entre los expresado y lo espiritual no es más que la inobjetable negación del ámbito sensible por el quehacer siempre comprobable de la razón. El odio como detonador contingente de la existencia es negado y sumido en adjetivaciones que lo colocan en el ámbito de lo ajeno, de lo monstruoso y del asco sentido como orden de lo social, negado como lo terrorífico y lo inhumano. Bajo esta visión que es de considerarse como esencialista se mantiene sobrevalorada la noción de humanidad pero sobre todo la noción de orden. Y contraponer la noción de odio como objeto de ordenamiento no implica justificar el terror adjudicado sino solamente tomarlo en cuenta en función de ordenamiento de lo social en términos del ámbito emocional. Así como se habla del orden de amor debiera también distinguirse la probabilidad de hablar del orden del odio.

* De aquí en adelante las notas a pie de página serán los puntos a discusión que darán cuerpo a este texto. Estos puntos de discusión tendrán una tendencia que va de lo muy general en términos de poner a discusión la condición de lo humano, hasta lo muy particular en la lógica de lo necesario para la observación de o que llamamos La sociedad como emoción o La sociedad emocional.
[1] ¿qué es lo que nos hace humanos? Distinguir entre los conceptos de sustancia y valor como líneas que guían los ejes de discusión del entramado emocional de la sociedad.
[2] ¿Qué es lo que nos hace falta para escuchar al corazón, cómo acceder al orden del corazón?
[3] El camino que se devela ante la insistente duda de cuál es el modo en que se ordena el mundo a través del corazón es el mismo que va a poner a Scheler en un punto en el que la distinción guía para observar el orden del amor es la distinción entre apriorismo formalismo.
[4] El ordo amoris scheleriano o el orden del corazón de Pascal, puede ser comprendido como el orden de lo social en términos de las relaciones que se construyen bajo los esquemas de la organización emocional. Tendríamos necesariamente que reconstruir o ligar un estado del arte dentro del ámbito del pensamiento social que nos permita hablar de esta estructura.
[5] Cabe destacar que este primer acercamiento a discernir el modo operativo de la distinción amorodio es meramente un ensayo de ideas que está supeditado al escrutinio noble o voraz de los lectores, como tal, es un primer momento de discusión para estructurar lo que será el hilo conceptual y conductor de este proyecto.

Del concepto del orden del amor (Ordo amoris) en Max Scheler.

1.
Scheler parte de la idea de que la esencia de lo que él denomina el mundo (sea éste individual, histórico, familiar, de un pueblo o una nación) puede ser reconocida y comprendida más a fondo si se reconoce el sistema en el que se articulan las valoraciones concretas y las preferencias valorativas. Este sistema denominado ethos tiene como núcleo fundamental el orden del amor y el odio. Es esta construcción de “pasiones dominantes y predominantes” la que va a dar forma a la concepción del mundo del mismo modo que lo hará con los hechos y las acciones de los sujetos.

2.
En este sentido, tenemos que el ordo amoris está significado en dos niveles uno normativo y otro descriptivo. En el nivel normativo se encuentra el conocimiento de la jerarquía de todas las posibles disponibilidades que tienen las cosas para ser amadas en función del valor interno que les corresponde. No es entonces, este nivel, referido a un mero compendio de normas, sino a la disposición de las cosas a ser amadas ya que este ordo amoris objetivo se transforma en norma justo en el momento en el que “se vincula al querer del ser humano y le es ofrecido por un querer”. En el nivel descriptivo es posible encontrar la fórmula moral básica según la cual el sujeto existe moralmente y vive, es decir, todo aquello que es reconocido como moralmente relevante en un ser humano o en un grupo, debiera ser reducido al modo específico de la construcción de sus actos de amor y de odio, de las capacidades de amor y de odio: al ordo amoris que las domina y que se manifiesta en todas las emociones.

Dice Scheler “Quien posee el ordo amoris de una persona, tiene a la persona.” Esta afirmación no es más que la aprehensión moral del sujeto como el núcleo básico sobre el que se sustenta lo que es denominado como el ser espiritual, es decir, lo que se tiene en mano son las líneas básicas del ánimo, las cuales representan la variedad y la complejidad empírica de la vida. Todo aquello que se sitúa alrededor de un ser humano representa: en el espacio, el entorno moral del mismo, y en el tiempo su destino, es decir, la modelación de lo que es posible, de aquello que le puede suceder a él y solamente a él.

Es así que, en cada jerarquización de valores el ser humano avanza dentro de la estructura determinada por su ordo amoris, mediante ella contempla el mundo y a sí mismo, es por razón de esta estructura que puede dar cuenta del mundo según su situación, magnitud y color. Ya que la estructura del mundo entorno de cada ser humano no se desplaza y no se transforma cuando la persona se desplaza en el espacio. Lo que sucede en este ir y venir del sujeto es que la estructura de mundo se llena con determinadas cosas individuales; de modo que lo que se sigue es, en suma, una ley formativa que prescribe la estructura de los valores del ambiente. Tenemos entonces, una relación entre el mundo como estructura y la estructura de valores los cuales se determinan en sus modos de interacción por el ordo amoris de cada sujeto que puede ser visto como un mecanismo de selección.

Bajo esta lógica lo que se construye son tipos ideales de valor. Lo que se tiene en posibilidades de querer son el mismo tipo de hombres y de cosas, estos “tipos”, le atraen en todos casos o le repelen según determinadas reglas del preferir y el detestar lo uno y lo otro. Este punto basal, enfocado en el atraer y repeler determina ya todo lo posible por observar y en lo que atender.

Una señal de alerta que nos hace atender no desde nosotros sino desde las cosas mismas, en suma, una señal de valor. Las cosas se anuncian en el umbral de nuestro mundo entorno y, en transcursos posteriores y procedentes de la lejanía del mundo, penetran en el mundo entorno como miembros suyos. Este es el modo de “anunciarse” del mundo, siempre en el justo momento que no seguimos el impulso de las cosas, en el momento preciso en el que parecemos desviarnos del sentido.

Cada cual exige del mundo que el destino sea no deseado e imprevisto y que al mismo tiempo represente algo distinto de una serie de hechos y de acciones que siguen una obligación causal, es decir, una unidad de sentido ininterrumpido, que se nos represente como una unidad esencial e individual de carácter humano y del acontecer alrededor y en su interior. En este orden, lo que constituye la unidad del destino es la concordancia de mundo y de ser humano. Es decir, que el destino de una persona es lo que se encuentra dentro del espacio de ciertas posibilidades en la vivencia de mundo además de aquellos acontecimientos reales que parecen cumplir estos espacios.

Pero no todo es orden dentro del ordo amoris y Scheler va a tratar de integrar el elemento del desorden (désordre du coeur) o confusión del ordo amoris. Para este fin recurrirá a prescribir el significado de lo que él llama “determinación individual” frente a su relación con el medio y el destino. La determinación individual, de igual modo que el ordo amoris, no es menos objetivo: es algo susceptible de ser conocido. Dicha determinación expresa el lugar que le corresponde al sujeto en el plan de la salvación del mundo, con ello se expresa también su tarea específica, su “vocación”. Es así que el sujeto puede estar engañado en esta vocación que es también una misión, y dicha vocación va adquiriendo forma sólo en el ámbito de las determinaciones universales. En este sentido el carácter de subjetividad le es ajeno a la determinación individual. Es entonces, el presentarse dentro de un mutuo convivir lo que lleva al sujeto a plantearse como ser el uno para el otro y valorarse es parte de la determinación general que tiene secuelas dentro de la determinación individual. El compromiso es el de ser corresponsable con la determinación individual del otro, de este modo no son excluyentes las ideas de solidaridad mutua en la responsabilidad de la culpa y del merecimiento por parte del sujeto moral. Lo importante aquí es ver como es que la estructura de determinación individual puede concatenarse a al estructura del entorno y el destino, de tal forma que se pueda establecer una relación de antagonismo y armonía.

3.
El amor, dice Scheler, es el acto que intenta conducir todas las cosas en la dirección de su perfección de valor que le es propia. En términos generales el amor es la acción edificante y constructiva en el mundo. Se contempla como un devenir, un modo de crecimiento, un brotar dinámicos de las cosas en la dirección de la imagen primigenia que se encuentra en Dios. En este punto Scheler va, de manera muy ideal, a ponderar al amor en función de su relación con lo divino.

Expresará que el amor como modo de conocimiento integra un abandono de sí mismo, una manera de trascendencia, para entrar en un contacto vivencial con el mundo. Bajo este esquema lo que se denomina como “real” presupone un acto del querer que realiza, que construye, por tanto, que tiene un contenido y una dirección. En suma, amor es el despertar del conocimiento y del querer. Es por esto que se planteará al ordo amoris no sólo como forma de ordenamiento del ser humano con el mundo, sino que en general se le puede contemplar como el núcleo del orden del mundo como un orden divino. Y plantear además que el ser humano, más que un ens cogitans, es un ens amans.

Lo que se ubica aquí como el estado natural del ser humano en su relación con el mundo y con lo divino no es más que un a priori, en el cual se delimitan los bienes fácticos que son accesibles a su capacidad intelectual. De esta manera sólo será accesible aquello que se encuentra dentro de las delimitaciones de las cualidades y las modalidades de valor que puede concebir el ser humano en cualquier cosa. Esta estructura llamada ethos fáctico (reglas del preferir y detestar) determinan la estructura y el contenido de su concepción del mundo, de su conocimiento del mundo, de sus ideas del mundo, y además su voluntad de ofrecerse o de dominar a la cosas y sobre las cosas.
En tal caso el amor humano no tiene la posibilidad de la creación. A este amor le compete únicamente reconocer su exigencia objetiva y debe someterse a la jerarquía de las cosas de las cosas que pueden ser amadas en sí ordenadas en función de su esencia específica. Sólo así es posible caracterizar amor como correcto o falso, debido a que las tendencias y los actos de amor humano pueden concordar con la jerarquía de las cosas que pueden ser amadas y al mismo tiempo oponerse a ellas. De este modo si el ser humano subvierte su amor fáctico entonces subvierte él al mismo tiempo el orden del mundo en función de la intención. Subvierte necesariamente también su mundo como posible objeto de conocimiento y su mundo como ámbito de la voluntad, de la acción y de la actividad.

Es en este esquema de insatisfacción del amor que se puede enmarcar la siguiente regla, Pascal dijo “Nuestro corazón es demasiado vasto”, lo cual intentaría decirnos que en el ser del acto de amor que se cumple en las cosas que pueden ser amadas, radica que este acto pueda progresar de valor en valor, de lo superior a algo más superior. Esta capacidad fáctica de amar pareciera estas limitada, pero es pertinente aclarar que tal limite sólo es posible encontrarlo en nuestra organización y en sus condiciones para que ocurra y para que se cumpla el acto de amor. Concluye Scheler “el amor ama y ve más allá de lo que tiene y posee en sus manos”.

Existe pues, una ilimitación del amor de valor positivo y de valor negativo que se experimenta como potencia y, por tanto también como una tendencia que es sostenida por el acto de amor. Este amor en esencia infinito necesita para su plena satisfacción un bien infinito. Es por esto que Scheler integra la idea de Dios como punto central del fundamento del ordo amoris. Dios es la cima misma del escalonamiento que constituye el amor: fuente y final al mismo tiempo de todo.

Así, siempre que se cree haber logrado la plenitud y la satisfacción absolutas en un bien finito no estamos hablando más que de una forma de destrucción y de confusión del ordo amoris y en general podemos llamar a esta forma como encaprichamiento. Tal situación nos presenta la forma de seducción que se presenta en el momento justo en el que cada ser humano puede experimentar de forma engañosa el lugar absoluto de su conciencia fáctica de valor dado por los valores de un bien finito, es te es el caso de lo que se denomina como encaprichamiento absoluto. Mientras que una segunda forma denominada encaprichamiento relativo, el cual se refiere al momento en el que el ser humano siguiendo la propia estructura fáctica de su amor se conduce contra la jerarquía objetiva de los valores del amor. Lo que deviene de estas dos formas de encaprichamiento es un modo de confusión que niega la posibilidad de la esperanza ya que al negar la posibilidad del vacío culpable, que en términos generales es el punto sobre el que se plantea la posibilidad del amar, se está negando la posibilidad del porvenir y del futuro.

Estar concientes del vacío y de su relación en torno al ordo amoris implica pensar en la unidad del reino, un reino que se estructura a partir de una estricta gradación regulada por leyes que se mantiene constante en todas las fases de este proceso infinito. Ya que aquello que es denominado como el “corazón humano” es el reverso articulado del cosmos de todas las cosas que pueden ser amadas; es por tato un microcosmos del mundo de los valores. El análogo de la lógica del corazón esta compuesto de leyes que corresponden con el orden sobre el cual ha sido dispuesto el mundo y el mundo de los valores. Es capaz de amar y odiar ciega y evidentemente del mismo modo que la razón juzga ciega y evidentemente. Pero el entendimiento nada sabe de las razones del corazón, “sus” razones le son propias sólo él ese es el sentido del posesivo. Y decir que el corazón tiene “razones” significa que tiene evidencias objetivas y evidentes sobre hechos para los que el entendimiento está ciego. Pero estos hechos no son meramente estados que se puedan ligar al yo humano, sino que se manifiestan como una ley autónoma independiente de la organización psicológica humana, que trabaja de modo preciso y exacto, y en cuyas funciones se nos aparece una estricta esfera objetiva de los hechos . Encontramos aquí una distinción que coloca al orden del corazón como un ajeno a la subjetividad humana pero que tal aseveración está en función de encontrar un sentido y una dirección a esta lógica, Scheler afirmará que este olvido de la objetividad en este ámbito y que él llamará la dejadez general en cuestiones del sentimiento es mera responsabilidad de los seres humanos y de la épocas.

A pesar de que el orden del corazón no puede dar cuenta de todos los bienes y de todos los males fácticos que podemos amar u odiar si se puede hacer una diferencia entre dos tipos de leyes que nos orientan sobre los modos en el que se nos presenta el mundo de los valores y de los bienes y de los actos de amor relativos a ellos, a saber: Leyes casuales variables y Leyes esenciales constantes ambas enmarcadas en la jerarquía y el preferir (detestar). Pero para Scheler serán de importancia únicamente las relaciones que se dan entre jerarquías y leyes esenciales y constantes. La combinación de estas cualidades no permite conocer no sólo la constitución de este mundo real, sino la constitución esencial de todo mundo posible y en suma el mundo no accesible de una realidad que nos trasciende. Es por ello que la escala de los que es posible amar ha de ser estructurada prescindiendo de su arbitrariedad y contemplado en función de su esencia, de tal modo que cada objeto ocupa un lugar único y determinado en esta escala. En este sentido si se encuentra el lugar es posible afirmar que se ama correctamente y de manera ordenada, por el contrario si se equivocan los lugares entonces el amar esta situado de modo incorrecto y desordenado.

4.
La lógica que sustenta las anteriores afirmaciones puede ser representada de la siguiente manera:

a. Scheler parte de una distinción básica que hace referencia a la separación entre

Razón Sensibilidad

b. Dentro del ámbito sensible Scheler hará una nueva distinción, esta vez para afirmar su referencia a los estados meramente sensoriales y los de sentido valorativo:

Estados del sentimiento Sentimientos Intencionales
(Sentir Absoluto)

c. Qué son los estados del sentimiento sino los meros contenidos del mismo, pero los contenidos que derivan de la relación directa entre el mundo y el ser humano (el dolor, por ejemplo).

Mientras que el sentir absoluto se refiere a los contenidos valorativos del sentir, a aquellos que devienen en la estimación mediada de lo que se siente. No es un anclaje sensorial directo el que sustenta el sentir absoluto, sino más bien su condición de “atajo” interpretativo y de sentido es lo que lo hace posible. Aunque no reduce el ámbito de sentido a una subjetivización de lo real.

d. Por está razón integrará a su ordenamiento dos pares de criterios para determinar los valores sentidos, por un lado tenemos:

Preferir Detestar

y por el otro:

Amor Odio


e. Mecanismo:


La sociedad como emoción (La sociedad emocional)

Federico Pérez García
Maestría en Estudios Políticos y Sociales
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM


Es algo ya sabido que las emociones constituyen un elemento esencial, a la vez paradójico y muy complejo, de la existencia humana. Desde hace décadas diversas disciplinas y ciencias como la filosofía, la biología, la psicología clínica y social, dedican sus recursos al estudio de las emociones. De igual modo podemos ver que, aunque no ha sido su tema central, el ámbito emocional tiene presencia significativa en algunas modalidades historiográficas[1], así como en la antropología en donde se han planteado algunas nociones interesantes a este respecto, hasta el punto de reconocer que muchos de los estudios etnográficos se corresponden a una nueva línea llamada “Antropología de las emociones”[2]

Sin embargo, dentro de la historia de la sociología las emociones han tenido poco interés en función de una trayectoria de fundamentación científica y de distinción disciplinaria que ha hecho coincidir tanto el privilegio por fenómenos subjetivos mediados racional, cognitiva o simbólicamente, como la exclusión de planos de la vida social que se han considerado pertenecen al nivel individual. Esto ha llevado a que el campo emocional presente distintos tratamientos que van desde el menosprecio hasta ser tratado como complemento de fenómenos y problemas sociológicos particulares. En este último caso lo emocional, tomado como una dimensión más de un objeto de estudio, es explicado mediante fuentes disciplinarias distintas a las sociológicas, especialmente las provenientes de la psicología clínica.

De todas maneras, la relevancia que tiene el campo emocional en la vida social ha llevado a que en las últimas décadas se abran interesantes debates dentro del discurso sociológico (Bericat, 2000). En lo general dichos debates tratan de establecer cuál es el tipo de relación que se establece entre dicho campo y la sociedad. Como se dirá más adelante, el problema de algunas de estas corrientes consiste en que quedan atrapadas dentro de un círculo que trata de determinar cual de estos dos polos es el que influye y condiciona al otro.

El presente proyecto de investigación representa un intento para salir de este atolladero, apostando a la posibilidad de generar marcos comprensivos para el análisis social a partir de connotaciones afectivas y emotivas que se desarrollan junto con otros factores de interpretación y generación de sentido de las prácticas, fuerzas y proyectos sociales. Es claro que esto implica explorar de inicio elementos o criterios alternativos de fundamentación cognoscitiva y científica que, a diferencia de aquellos que les ha otorgado a las emociones un papel secundario o negativo, permitan dar cuenta de su capacidad heurística, es decir, de su función como ángulo de lectura de lo social, sin tener que quedar presos de dos dicotomías fundamentales, a saber: la dicotomía racional no racional y la dicotomía individuo sociedad.

La sociedad como emoción o La sociedad emocional, nombre con el que hemos titulado nuestros esfuerzos, más que plantearse en el plano de una teoría explicativa sobre la sociedad, representa un bosquejo de ciertas líneas discursivas y conceptuales que permitan considerar a las emociones como un punto de partida para someter a indagación la red de conexiones y prácticas que arman el tejido de los lazos sociales y, por tanto, las formas que adoptan muchos de los fenómenos, objeto de estudio para la sociología. Esta tesis a defender descansa en el propio concepto de emoción, cuyo significado básico en latín es el de acto de remover; y del verbo emotio, el cual tiene como significado alejarse y moverse. Desde esta misma definición compleja (que parte también de la raíz motion con significado de moverse y emoción al mismo tiempo) es posible rastrear distintas posibilidades conceptuales que, sin lugar a dudas, comparten el criterio del movimiento y la constitución de realidades sociales. Por ello es posible afirmar que el ámbito emocional puede jugar un papel capital como marco de comprensión para diversos mundos de relación e intercambio social.

Este lugar de las emociones que queremos explorar radica en el hecho de que los procesos de apropiación del mundo y las formas a reaccionar, ejercer acciones y posiciones frente a otros seres humanos descansan en mecanismos perceptuales y cognitivos, los cuales están en la base de procesos como la memoria, raciocinio, jerarquización y clasificación del mundo social. Además de que las emociones también son un foco crucial de interés en el proceso de moldeamiento y ordenamiento colectivo. En este sentido, las emociones son parte fundamental de los fenómenos de influencia, cohesión y control que las sociedades ejercen sobre sus miembros.

Pero también las llamadas estructuras sociales que establecen los márgenes para los procesos de apropiación del mundo, de gestión de la vida social, de generación y resolución de conflictos (sean políticos, económicos o religiosos, entre otros) no sólo son influenciadas por los patrones emocionales de los miembros de una cultura. Tales estructuras también pueden ser consideradas, en sí mismas, como formas colectivas de constitución y expresión afectiva y emocional que operan dentro de un rango contextual determinado. Así, fenómenos tales como los demográficos, de aceptación de proyectos, de respuestas políticas, de operatividad de modelos económicos; o de conflictos violentos que se traducen en guerras, rebeliones, revoluciones, problemas de coexistencia cultural, migraciones, entre otros, están imbricados y muchas veces capitalmente impulsados por componentes emocionales como el miedo, la evitación, el odio o la simpatía, que se generalizan empujando respuestas colectivas de todo tipo.

Si se reconoce este papel de las emociones, entonces cabe preguntarse por la posibilidad de trasladar su estatuto de fenómeno o componente de la vida social a un plano de categoría con funciones de estructuración de discursos sociológicos, es decir, con funciones analíticas y de generación de discursos orientados a convertirse en marcos de referencia conceptual.

Planteamiento del problema
Como punto de partida volvemos a reiterar que la sociología en lo general ha prescindido de alguna manera de una posibilidad de lectura que incluya los afectos, las pasiones, los sentimientos o las emociones. Ciertamente, los ya clásicos debates sobre la distinción entre estructura y sujeto, objetividad y subjetividad, para mencionar a los más conocidos, abrieron desde tiempo atrás las puertas a una serie de opciones de lectura que permiten ver la vida social y la constitución de sociedades, más allá de la mera determinación mecánica de fuerzas estructurales sobre sujetos que quedan en calidad de receptores vacíos y pasivos. Así, desde las nociones del “sentido mentado” en Weber, de la “conciencia y representación social o colectiva” en Durkheim y Moscovici, hasta el “mundo de la vida” en la fenomenología social y en Habermas; incluyendo las nociones de subjetividad social, intersubjetividad, identidad y simbolización en diferentes escuelas de sociología crítica, hermenéutica y comprensiva, entre otras, expresan esta búsqueda del discurso sociológico para salir de las visiones deterministas, mecánicas y rígidas. Esto por medio de ingresar los fenómenos subjetivos y de producción de sentido dentro de las dinámicas objetivas de determinación política, económica o social.

Sin embargo, estos y otros ángulos de lectura no han rebasado el umbral de los fenómenos ideacionales, es decir, de aquellos fenómenos subjetivos que aunque sean catalogados dentro de las “estructuraciones profundas”, son mediados, por definición, cognitivamente en forma racional o simbólica de cualquier tipo. Con ello, han dejado fuera fenómenos ligados a la construcción de sentido que, como las emociones, por no ser “tematizables” de origen, es decir, traducidos en cualquier forma de objetividad (imagen, idea, cosmovisión, símbolo, lenguaje), son enviados al estatuto de fuerzas ininteligibles, indeterminadas, oscuras o bien clasificadas dentro del campo de las vivencias inmediatas del sujeto. Con ello se asume que no pueden ser incluidos en el terreno de la organización de la experiencia ya que no son susceptibles de ofrecer una lógica de sentido y de sentido social, menos aún producirlo. Pero como hemos dicho desde el principio, esto representa un déficit considerable en la exploración de los mecanismos que constituyen las realidades sociales. En estos términos, las necesidades de abrir cauces a otras alternativas de lectura se hacen evidentes. Como nos dice Renato Rosaldo[3] en su crítica a las limitaciones del método de interpretación de los significados culturales: son parciales y a todas luces reducidos los alcances de la comprensión basados en registros “neutros” que se apoyan en teorías y ángulos de lectura que no toman en cuenta el plano afectivo. Sin la entrada de la intensidad emocional de los sujetos bajo estudio, tales interpretaciones son igual de vacías e insustanciales que aquellas otras basadas en paradigmas no comprensivos. Así, ritos, creencias, valores, mecanismos de identidad, prácticas religiosas, patrones de organización social, entre otros, no pueden ser comprendidos a cabalidad sin una consideración de las emociones que están involucradas y muchas veces dominando el espectro de fuerzas que condicionan o producen tales fenómenos.

En este marco, repetimos, el problema central de este proyecto es explorar criterios que permitan desarrollar una alternativa de lectura que colabore a subsanar tal déficit. Para precisar con más claridad nuestro problema de investigación necesitamos antes desplegar un panorama general sobre algunas tendencias ya existentes. Es obligado señalar que dicho panorama, aunque alarga la ruta de decantación de nuestro problema de investigación, es expresado aquí en forma sintética para marcar los deslindes necesarios. En consecuencia no se refleja en absoluto la riqueza de matices ni se hacen desarrollos teóricos ni menciones autorales.

Pues bien, para explicitar la naturaleza de nuestro proyecto comenzamos retomando tres vertientes esbozadas por Eduardo Bericat[4] que definen la relación entre discurso sociológico y emociones, esto es la forma y el estatuto que el discurso sociológico asigna al plano emocional. Estas son denominadas de la manera siguiente: la sociología de la emoción, la sociología con emociones, y la emoción en la sociología.

Bericat nos dice que La sociología de la emoción puede caracterizarse como una tendencia de la sociología que se preocupa de la amplísima variedad de afectos, emociones, sentimientos o pasiones presentes en la realidad social. La fundamentación capital para este campo de estudio se encuentra en el hecho de que la mayor parte de las emociones humanas se nutren y tienen sentido en el marco de su determinación social. Esto es, la naturaleza de las emociones está condicionada por la naturaleza de la situación social y el tipo de influencia en la que los hombres viven. Son expresión del riquísimo abanico de formas de relación social. Así, sólo tiene sentido estudiar emociones, sentimientos y afectos cuando se colocan en el marco de situaciones a patrones de moldeamiento e influencia social específica que las determinan. En consecuencia, la premisa de una “sociología de la emoción” es explicar como el ámbito social determina la producción y contenido de las emociones del ser humano. Lo anterior puede ejemplificarse con el siguiente esquema:


Bajo esta perspectiva queda claro que las emociones son incorporadas a la investigación social pero dentro un estatuto analítico condicionado, es decir, de tal forma que su incorporación sea sujetada a criterios y reglas del discurso sociológico. Si la forma de plantear su inclusión no se corresponde a tales criterios y reglas, luego entonces no son susceptibles de formar parte del discurso sicológico realizado. Es decir, se sigue conservando el criterio de que ellas corresponden a un nivel individual, por tanto requieren de ser colocadas bajo un ángulo de lectura que sea más pertinente al nivel de análisis de los procesos sociales.

La segunda corriente denominada sociología con emociones marca una variación con respecto a la anterior. Esta también se basa en la afirmación de que la sociología debe incluir las emociones como un elemento más a tener en cuenta, pero en términos de que sean incorporadas como componentes de sus objetos de estudio. Dicha postura también es, a su vez, una respuesta a la tendencia sociológica que dominó durante largo tiempo la cual, según se ha dicho, no consideraba en absoluto, o sólo marginalmente, el contenido emocional de los fenómenos sociales que investigaba. En este sentido, la “sociología con emociones” representa la voluntad de incorporar el componente emotivo a objetos de estudio particulares, como los que se han mencionado antes. Sin embargo, en esta modalidad el estatuto de las emociones como una dimensión accesoria generalmente proporciona sólo datos añadidos o meramente complementarios. Esto no niega que tal inclusión puede abrir la puerta a nuevas perspectivas, nuevas visiones de la realidad social que hubieran pasado desapercibidas de no atender a la estructura y a los procesos emocionales implicados en un fenómeno específico. Pero de todas maneras el ámbito emocional queda subsumido a objetos de estudio considerados más amplios, complejos y pertinentes al análisis social. Por lo mismo, aunque la relación entre sociedad y emoción se complejiza, se mantiene la premisa de que son los procesos sociales de cierto nivel de análisis los que contienen en su interior la clave para darle sentido a las dimensiones emocionales. Esto puede tipificarse en el siguiente esquema:

Aquí puede verse que el discurso sociológico incorpora a las emociones de la siguiente manera:
a) Como un elemento más a incluir dentro de ciertos mecanismos que operan en la constitución de las relaciones sociales
b) Estos mecanismos son a su vez desgloses que provienen de un objeto de estudio mayor (por ejemplo, comportamientos electorales, conflictos migratorios, movimientos sociales específicos, etcétera)
c) Estos objetos de estudio se corresponden al nivel de análisis adecuado al estudio de la sociedad y, por tanto
d) Sólo en su marco pueden cobrar sentido los elementos emocionales localizados al final de la cadena de razonamiento. Con ello los primeros determinan el sentido de los últimos, aún cuando hayan pasado por una serie de mecanismos o fenómenos concretos que los matizan o que son matizados por ellos

De hecho el resultado puede ser un esquema de relación entre lo social y la emoción semejante al citado en el primer caso, el de la sociología de las emociones, pero ampliado. Como se dice arriba, el papel otorgado a las emociones es de sólo un aspecto más, relacionado con otros fenómenos que, a su vez, son dimensiones de un objeto de estudio más amplio, pero específico. Sigue operando el criterio de qué cosa determina a qué otra, pero en una forma que se va desglosando en distintas operaciones de construcción analítica.

Las dos posibilidades anteriores (“Sociología de la emoción” y “Sociología con emociones”), que son formas de discurso sociológico, nos colocan dentro de un bucle de comprensión de lo social basada en ciertas preguntas de condicionamiento, influencia o causalidad ¿qué estuvo antes, la expresión emocional o los patrones de moldeamiento social?

Por último, Bericat afirma que la llamada emoción en la sociología puede dar la salida a estos círculos viciosos de determinación por medio de un cambio general en la forma como el discurso sociológico incorpora a las emociones. Esta tercer tendencia se ha identificado sobre todo con los trabajos de Thomas Scheff y se caracteriza por una premisa central, a saber, el que las emociones, afectos y sentimientos son “expresión directa del vínculo social y definen la naturaleza de este vínculo” (Papers 62, 2000, pág 151). Por tanto, la sociología requiere incorporar a la emoción en su estatuto metateórico fundamental (Sic), ya que toda teoría social contiene en su interior unos presupuestos generales sobre la naturaleza humana y su motivación. Lo interesante de esta tendencia es que el llamado estatuto metateórico se traduce en la construcción de teorías sociales para emociones específicas. Este es el caso de Scheff que elabora la “Teoría Social de la vergüenza y el orgullo”

Evidentemente que nuestro problema de estudio no se localiza dentro de las dos primeras tendencias sociológicas ya que no estamos interesados ni en discurrir sobre la forma en que la “sociedad” influye o determina el contenido emocional de personas, grupos o procesos generales. Menos aún captar los contenidos emocionales de un fenómeno particular bajo estudio. Por otro lado si bien compartimos la premisa fundamental de Scheff de que un vínculo social es en sí un vínculo afectivo, nos alejamos de su propuesta en tanto no estamos interesados por desarrollar teorías sociológicas de emociones particulares, ni entendemos lo metateórico a la manera de Bericat, es decir, en forma de paradigmas o corrientes más comprensivas (por ejemplo, Marxismo, funcionalismo, interaccionismo simbólico, psicoanálisis; o bien, hermenéutica o fenomenología) que sirven de referencia para “teorías de alcance medio” o teorías particulares.

Efectivamente, la naturaleza de nuestro problema de investigación se basa en cambiar el estatuto de las emociones, es decir, pasar su lugar dentro del discurso sociológico de un fenómeno (o complemento de fenómenos) ligado a objetos de estudio particulares (o generales) a otro que esté directamente relacionado con la producción del discurso sociológico en sí mismo. Pero esto último significa para nosotros una incorporación de lo emocional que permita funciones de problematización y razonamiento sobre la constitución de lo social. Es decir, independientemente de que, primero, se considere si lo social determina a lo emocional o a la inversa y, segundo, sin que la cualidad de lo emocional como categoría formadora de discursos sociológicos deba reflejarse directamente en un paradigma o corriente teórica más comprensiva. Menos aún para hacer una exégesis o estado del arte sobre el lugar que ocupan las emociones y lo emocional en las teorías sociales ya existentes. La naturaleza de nuestro problema y de nuestro proyecto es bastante diferente. Para nosotros el nuevo papel del plano emocional que pretendemos explorar se encuentra, por decirlo de una manera, en pasos previos a la lógica de construcción de una teoría o en el plano estricto de una epistemología de la teoría social. La incorporación de lo emocional para nosotros implica primero rastrear una ampliación de lo que se entiende por lo social o realidad social, sin adjetivo teórico o epistemológico de inicio. Más bien pretendemos insertar el análisis en el plano de ciertos criterios generales que se han asociado a la lógica de razonamiento en que reposa buena parte del discurso social, independientemente de las clasificaciones teóricas y de paradigmas.

Por otra parte, si bien dentro de la idea de la “emoción en la Sociología” es enriquecedor preguntarse que se entiende por vínculo social, para nosotros los rastreos sobre una nueva forma de construir discursos sociológicos exige tomar esta pregunta como cuestión subsidiaria o derivada de otra que consideramos más constitutiva para la fundamentación cognoscitiva. Nos referimos al problema del sentido y del sentido social que, hasta donde se sabe, es el terreno más pertinente, y no la del vínculo social, para atender, con el fin de disolver esa disyunción entre fenómenos subjetivos mediados racional, ideacional o simbólicamente con respecto a aquellos que no obedecen a estas mediaciones; así como para hacerle frente a esa dicotomía que separa analíticamente lo individual y personal de lo colectivo, societal e incluso histórico, en sus modalidades macrodinámicas. Dicotomías que, repetimos, han servido de eje para determinar cuales son los niveles de análisis asignados a la sociología y la construcción de su discursividad, además de que han asignado un estatuto de lo emocional en términos subsidiarios, menores o negativos; o como categorías afectivas particulares para teorías sociales particulares.

Con base en lo anterior nos proponemos explorar elementos para una nueva fundamentación cognoscitiva y discursiva del plano emocional que colabore:
a) A la disolución de las fronteras rígidas que se han establecido para la producción de sentido, como uno de los criterios fundamentales de constitución de las realidades sociales. Tales fronteras refieren específicamente a aquellas que han dicotomizado lo racional, cognitivo o simbólico y lo no racional, no cognitivo o no simbólico. Dejando a éste último plano como no pertinente para la producción del sentido social y por tanto fuera el discurso sociológico o como un mero complemento.
b) A la disolución de la lógica clasificatoria en planos o niveles con que se supone la sociedad se manifiesta, a saber: individual, social o colectivo, o bien individual, social y cultural, entre otros.
c) Y, por consecuencia, que permita incorporar a lo emocional dentro del discurso sociológico como una categoría por sí misma articulante y, por tanto, susceptible de ser tomado como uno más de los marcos comprensivos que conforman la constelación de las ciencias sociales.

Así, con el título de La sociedad como emoción o La sociedad emocional, problemas tales “constitución de lo social”, “realidad social” por ejemplo, son para nosotros un problema de articulación, vinculación y apertura de orientaciones, no de dicotomías que clasifican las realidades sociales dentro de planos establecidos con identidades cognoscitivas fijas, aunque después se quieran integrar bajo modelos de complejidad o sistémicos de distintos tipos.

Lo anterior nos obliga a poner en tensión y relación diversas formas de pensamiento que al abrir diferentes “cotos disciplinarios”, nos permitan conciliar, respetando sus matices, una secuencia de razonamiento proclive a formar los contenidos de este ángulo de lectura y, por tanto a ampliar el ámbito del propio discurso sociológico.

Con base en esta definición del problema acotamos los siguientes objetivos de inicio:

objetivos
Rastrear posturas de fundamentación cognoscitiva general que permitan recuperar EL PAPEL DE LO EMOCIONAL EN LA PRODUCCIÓN DE SENTIDO Y SENTIDO SOCIAL, con el fin de ensayar un NUEVO ESTATUTO DE LO EMOCIONAL EN EL DISCURSO SOCIOLOGICO. Esto implica para nosotros recuperar algunas posturas que no operaron o rompieron con la dicotomía de lo racional no racional.
Reconocer dentro de algunos aportes del pensamiento social perspectivas que involucren al plano emocional y que ofrezcan criterios y mecanismos no basados en razonamientos de tipo escalar ENTRE INDIVIDUO Y SOCIEDAD SINO CON AQUELLOS DE ARTICULACIÓN, VINCULACIÓN O DE MUTUA INTERDEPENDENCIA.
Desarrollar un planteamiento QUE PERMITA ELABORAR O RECONSTRUIR UNA TRAYECTORIA DE FILIACIÓN ENTRE EL PLANO DE FUNDAMENTACIÓN COGNOSCITIVA CON EL ESPECÍFICO DEL DISCURSO SOCIAL, TENIENDO COMO HILO CONDUCTOR A LO EMOCIONAL COMO PRODUCTOR DE SENTIDO.
Con base en los esbozos anteriores hacer algunos alcances sobre ejemplos de lectura de temas, problemas o fenómenos sociales que tienen de eje una perspectiva emocional, aun cuando tales ejemplos no se hayan producido para debatir el estatuto de lo emocional en la construcción del discurso sociológico.
.

Preguntas de investigación
¿Lo no objetivable, tematizable, o mediado por algún mecanismo cognitivo, racional, simbólico o ideacional produce sentido?
¿Si produce sentido, qué clase de sentido?
El plano emocional ¿cabe dentro de este campo de indagación?
Si es así ¿Qué clase de fundamentación cognoscitiva permite recuperar el papel de las emociones como productoras de sentido?
La indagación anterior ¿permite hablar de lo emocional como productora de sentido social? ¿En qué radica?
Lo social del sentido ¿responde a una clasificación basada en niveles de análisis?
El plano emocional ¿tiene cualidades para convertirse en una categoría comprensiva que trascienda la dicotomía clásica entre individuo y sociedad?
¿Qué clase de relaciones entre sociedad y emoción se establecen bajo esta forma de indagación?
De resolverse lo anterior ¿Estos criterios son suficientes para convertir a lo emocional en un marco comprensivo de los fenómenos de la vida social?
¿Puede, entonces, servir como criterio básico para la generación de discursos sociológicos?


Consideraciones metodológicas
La naturaleza del presente proyecto de investigación es fundamentalmente conceptual. Su materia prima son discursos provenientes de distintos ámbitos disciplinarios pero que tienen como criterio de selección el aportar elementos para responder a las preguntas arriba establecidas. En este sentido se plantea una secuencia de razonamiento que parta de ciertos órdenes del discurso que hemos llamado de fundamentación cognoscitiva, para proseguir con discursos, también de índole general que tienen presencia importante en el ámbito del pensamiento social y terminar con algunos ejemplos que permitan vislumbrar ese estatuto de lo emocional en los términos arriba señalados.
Si se quiere decir así, el análisis del discurso (discursos) que nos planteamos hacer descansa en ciertos criterios guía que también hemos expuesto. Hasta el momento pueden nombrarse los de sentido, sentido social, relación social, interdependencia mutua, composición, entre otros.
Por tanto no hablaremos de emociones concretas y diversas sino que pretendemos conjugarlas dentro del término “emoción” o “lo emocional” para dejar claro que se trata de un reino de realidad general con funciones de categoría, es decir, susceptible de acoger distintos contenidos y de permitir razonar distintas relaciones.
El índice que a continuación se presenta no es sólo una forma de exposición ordenada de capítulos. Pretende expresar, en sí mismo, la secuencia de razonamiento arriba descrita, por tanto es susceptible de cambios, exclusiones o nuevas adiciones discursivas que sirvan para argumentar nuestra tesis central de investigación. Por tanto también es parte de la estrategia metodológica que pretendemos seguir.


Estrategia general e indice tentativo

La sociedad como emoción
Hacia la construcción del criterio emocional como ángulo de lectura de lo social.


1. Racionalidad emocionalidad: criterios de aprehensión de la realidad y formas explicativas de la relación con el mundo.
a. Lógica de la razón Lógica del corazón.
b. Aprehensión intelectiva Aprehensión sensible.
(Scheler, Zubiri)

2. Individuo Sociedad. Hacia una fundamentación ontológica de lo social.
a. Relación mínima como forma fundamental de la conexión hombre-hombre.
b. Figuración como concepto clave para la comprensión del mundo socioindividual.
(Simmel, Elias)

3. Atmósferas de la vida emocional: Implicaciones en el orden desorden (Implicaciones en el ámbito de la vida misma).
a. Subjetividad emergente o exteriorización transpersonal del afecto.
b. Política como pasión.
c. Ética como fundamento valorativo de la sociedad como emoción.

Discusión

Bibliografía




[1] Ejemplo emblemático es Jean Delameau con su libro El miedo en Occidente, traducido al español por Taurus Ed. y publicado en México en 2005
[2] Algunos aspectos de estas líneas pueden reconocerse en el artículo de Joseph Ma. Fercgla “Cultura y emociones. Manifiesto por una Antropoloía de las emociones”, con dirección electrónica http://www.etnopsico.org/textos/emociones_cultura.tm
[3] Renato Rosaldo, Cultura y Verdad, México, Grijalbo/CONACULTA, 1989
[4] Bericat, E. La sociología de la emoción y la emoción en la sociología. Papers 62, 2000, pp. 145-176.